“Necesitaba siempre alguien con quien hablar para borrar su discursito privado, las palabras que le daban vueltas siempre en la cabeza como una música, y entonces al hablar seleccionaba los pensamientos y no decía todo, tratando de que su interlocutor reflexionara con él y llegara, antes, a sus mismas conclusiones, porque entonces podía confiar en su razonamiento ya que otro también lo había pensado con él. En eso se parecía a todos los que son demasiado inteligentes –Auguste Dupin, Sherlock Holmes– y necesitan un ayudante para pensar con él y no caer en el delirio.”
Ricardo Piglia, Blanco nocturno, p. 141
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Hace 5 años
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