miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡a rocanrolear el 2009!

¡A rocanrolear el 2009!

Como Chuck Berry, subido al escenario del B. B. King Blues Club a sus 82 años.



A ver si se entera Beethoven de una vez (que está un poco sordo) y se lo cuenta a Tchaikovsky.

sábado, 13 de diciembre de 2008

ruzafa ubik

Callejeando por Ruzafa, camino de Basilico, tropiezo con el bullicio de la inauguración de un bar. Veo desde la calle, con sorpresa, que las paredes están cubiertas de libros. Como llego tarde a la cita para cenar, no entro en tan curioso antro, pero vuelvo después de la cena. Los libros no sólo cubren varias paredes, sino que están a la venta; el antro se llama Ubik, probablemente por Philip K. Dick, y me compro por euro y medio una edición de 1943 de la Salomé de Oscar Wilde, encuadernada en tela.

Callejear por Ruzafa y entrar en el Ubik de Philip K. Dick, un mundo paralelo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

entusiasmado

Fue oír “Take my love with you” en MySpace y pinchar en


para comprar, caros, el LP y los dos singles que ofrecía Q Division Records. Caí capturado por la energía de este paperboy, como debió de caer él en una marmita de soul en su más tierna infancia.

Luego he tenido que pedir excusas por mi entusiasmo. “Es sólo una banda de revival” –me dijeron críticos ilustres y expertos variados. “Pues yo siempre quise hacer coros con los Commitments.”





El Loco está a reventar y a Eli “Paperboy” Reed and the True Loves sólo les echo en falta las Lovettes haciendo coros mientras despliegan los inagotables cancioneros de Wilson Picket, o de Jackie Wilson, o incluso, ya en los bises, del John Lee Hooker, etapa Vee Jay.

Oh man, there ain’t nothin’ like twistin’ the night away!

domingo, 7 de diciembre de 2008

embelesado

Alberto Montero toca “I’m spellbound” del The Road of Life Alone de Malcolm Scarpa. En Red Shoe somos poco más de una docena de personas escuchándole, y yo al menos estoy embelesado.

Sólo con la acústica de doce cuerdas y un pedal que apenas usa, recorre su “disco en solitario”, como dice al iniciar el concierto, alguna de las canciones que grabó con Shake, y una arriesgada versión de “Sea song” del Rock Bottom de Robert Wyatt.

Ya escribí hace unos meses en “psicodelia fina”, que me había quedado colgado de su disco, del que tengo la copia número 22/500.

Esta noche termina con un par de canciones en castellano, que –nos dice– se le ha ocurrido hacer, y vuelve Malcolm Scarpa, ese duendecillo.

jueves, 4 de diciembre de 2008

el retorno de susi quesocremoso

Presentación esta tarde de la página web rockin’ your eyes en el Colegio Mayor “Luis Vives”, puesta en marcha por un colectivo del que soy individuo de número. Para celebrarlo, proyectamos la película Uncle Meat de Frank Zappa, con subtítulos en español, obra de Manuel de la Fuente. Como ya hice en la presentación de la tercera película del ciclo “Rocking your eyes II, Zapping your eyes”, también de Zappa y también subtitulada por obra de Manuel de la Fuente, de la que di cuenta en otra entrada de este blog, armado con un par de folios, digo lo que sigue:

“Conseguí Uncle Meat, el disco de Las madres del invento, en 1969 en una copia editada por el sello inglés Transalantic Records, Discos Transatlánticos, la referencia 197 de un sello que desde su fundación en 1961 fue lugar de acogida para músicos de folk, blues, jazz y vanguardias variadas que encontraban difícil acomodo en los grandes sellos discográficos.

Uncle Meat fue de hecho el primer disco que Frank Zappa publicó de The Mother of Invention en su sello Bizarre, que distribuía Reprise del grupo Warner Bros, sello que fundó para poder grabar y editar sus discos con un margen mayor de libertad (antes había publicado en él Cruising with Ruben and The Jets).

El disco, doble, se anuncia en la portada como “Most of the music from the Mother’s movie of the same name which we haven’t got enough money to finish yet”, “La mayor parte de la música de la película de las Madres del mismo título, que aún no hemos conseguido dinero suficiente para acabar”. Esa música se unió en mi tocadiscos a la de otros discos que en la misma época estaban abriendo el campo de lo audible, y fue acompañante habitual. La película la tuve que imaginar a partir del disco y alguna noticia de su sinopsis. No sabía yo entonces nada de los avatares de esa película inacabada, ni podía saber que la que acabaría apareciendo en 1989 con ese título, y que vamos a ver esta tarde, poco tendría que ver con la supuesta película inacabada en 1969, pero acababa de estar involucrado en el rodaje de un par de películas también inacabadas en ese momento, por causa de la falta de dinero –e inacabadas también hoy en día.

La segunda de ellas fue desde su concepción un simulacro de película. En marzo de 1969 Antonio Maenza urdió hacer como si se rodaba una película, aunque no teníamos dinero ni para comprar película virgen ni mucho menos para pagar el revelado. La película llevaba el título de Flash: Kábala 9 en 16 para 4 en 8, y el título cabalístico fijaba que 9 eran los partícipes en la película en 16, en la que 4 rodaban en 8 mm sendas películas. Pocos de los 9 estaban al tanto de que en la cámara de 16 no había película, uno de ellos era yo –tenía que serlo, porque era el cámara, y le daba cuerda, encuadraba y disparaba plano tras plano impertérrito. El plan era anunciar el envío de los rollos a revelar al laboratorio y denunciar después que el laboratorio no nos los había devuelto, probablemente por intervención de la censura, y así lo hicimos. Las 4 películas en 8 mm, sí que se rodaron. La película Flash: Kábala 9 en 16 para 4 en 8, sólo existió en la ficción que representamos, porque no teníamos dinero más que para imaginar.

La otra película inacabada, Orfeo filmado en el campo de batalla, la rodamos en positivo reversible a finales de 1968, y nunca tuvimos dinero para sonorizarla, por lo que en las pocas ocasiones en que se proyectó en sesiones más o menos clandestinas, la banda sonora la ponía yo en directo llevando los discos a las proyecciones, y la segunda pieza que sonaba en esa banda sonora nunca grabada era de Frank Zappa.

En Orfeo filmado en el campo de batalla, el segundo Orfeo, que interpretaba Rafa Ferrando, robaba la cámara al padre para salir a la calle a rodar una película sin fin. El robo se realizaba en la casa familiar de los Errando Mariscal, edificio señorial del Parterre que fue derribado pocos meses después de nuestro rodaje para construir El Corte Inglés, descolgando la cámara por la fachada hasta la calle, donde la recogía yo, primer Orfeo filmado en el campo de batalla. El padre robado lo interpretaba el padre de Eduardo Hervás, principal artífice de la película y quien puso el poco dinero del presupuesto, el necesario para la compra de la película virgen y el pago del revelado, pero la cámara robada era en realidad de la Federación Valenciana de Ciclismo, que por entonces presidía mi padre.

Todo ese enredo freudiano y marxista de padres, hijos, Orfeos e infiernos estaba convenientemente acompañado en la secuencia del robo de la cámara, o falo, por “La vuelta del hijo del monstruo magnético”, última canción del disco Freak Out! de Las madres del invento, en la que aparece por primera vez Suzy Creamcheese, Susi Quesocremoso, interrogada por la voz de su conciencia, así:

–Suzy? (¿Susi?)
–Yes. (Sí.)
–Suzy Creamcheese? (¿Susi Quesocremoso?)
–Yes. (Sí.)
–This is the voice of your conscience baby, uh I just want to check one thing out with you, do you mind dear? (Ésta es la voz de tu conciencia, chica, eh, sólo quiero comprobar una cosa contigo, ¿no te importa, querida?)
–What? (¿Qué?)
–Suzy Creamcheese, honey, what’s got into you? (Susi Quesocremoso, vida, ¿qué te pasa?, ¿qué se te ha metido, en la cabeza o en el cuerpo?)

En Uncle Meat, disco, Susi Quesocremoso retorna en el segundo corte de la primera cara, “La voz del queso”. Aquí es la misma Susi Quesocremoso quien toma la palabra en primera persona para dirigirse a su público, los adolescentes americanos (“Hello, teenage America”), y decir que ella es Susi Quesocremoso (“My name is Suzy Creamcheese”), y que lo es (“I’m Suzy Creamcheese”) porque nunca ha llevado pestañas postizas en toda su vida (“because I’ve never worn fake eyelashes, in my whole life”).

En una posible película, Susi Quesocremoso hubiera sido la Primera Dama de los Estados Unidos, si Tom Wilson, el productor de Freak Out! (y también del “Like a rolling stone” de Dylan), hubiera ganado las elecciones de 1972, ya que en una de las ficciones de Uncle Meat se presentaba con la intención de ser el primer presidente negro de los Estados Unidos. No fue así, por lo que Zappa aún tuvo que combatir a más de un presidente (blanco, por supuesto) a lo largo de su vida, y el primer presidente negro no lleva a Susi Quesocremoso a la Casa Blanca. Contentémonos, saltando de veinte en veinte años, con Uncle Meat, disco de 1969 y película de 1989, y con presidente negro en los Estados Unidos en 2009.

Manuel de la Fuente nos hablará ahora de Uncle Meat, la película, que él ha traducido y subtitulado.”

domingo, 30 de noviembre de 2008

valencia / nebraska

En el concierto en el Black Note, Josh Rouse nos anuncia: “esta canción se llama Valencia. Podéis cantar: Valencia, ciudad de playa”.

“¡Es una rumba!” –me dice con no demasiada sorpresa Eduardo Guillot. “Pero no sabe hacer el ventilador” –observo yo. “Aprenderá” –replica Eduardo.

A la espera de que aprenda, bueno es echar en falta a veces la fiesta y vivir en una ciudad plácida a orillas del mar.


martes, 11 de noviembre de 2008

de la elegancia mientras se duerme

Las librerías de México, D. F. parecen infinitas, o, al menos, inabarcables, inagotables. Entre mis hallazgos de octubre está un libro editado en España en una editorial que desconocía, Impedimenta, de la que ahora sé que está a punto de cumplir un año de existencia. El libro me atrajo fulminantemente desde la mesa en la que reposaba, por la tipografía (esas fuentes en las que el cuerpo de la letra es mucho más pequeño que el asta ascendente o descendente), y por su título De la elegancia mientras se duerme.


Lo acabo de terminar, y ya no lo tendré más en la mesilla de noche mientras duermo.

Me queda de él el pánico del protagonista, cuando lo que le dice alguien al pasar pone en duda lo más profundo de sus convicciones.

“–¿Qué te pasa? –me dijo–. ¿Te has quedado sin manos?
¿Sin manos?, díjeme entre mí, sabiéndolas en mis bolsillos […]
Inseguro de mí mismo, de mi memoria, saqué las manos del bolsillo y las miré.
Efectivamente, aún pendían de mis brazos, pero la emoción era demasiado grande para asegurarme de tanta verdad y miré las manos largo tiempo.”

Wittgenstein no sé si leyó a este vizconde de Lazcano Tegui.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

my life in the bush of ghosts

En un viaje a París en febrero de 1981 –por el que me libré de ver los tanques ocupando las calles de Valencia– compré el disco que hicieron Brian Eno y David Byrne (entonces aún sólo líder de Talking Heads) My life in the bush of ghosts. En la contraporta llevaba escrito que el título estaba tomado de una novela de Amos Tutuola, de quien no sabía nada, y tuve curiosidad de descubrir autor y novela. No fue posible entonces y pronto olvidé la existencia del libro. El disco anduvo una temporada aposentado en mi tocadiscos, repitiendo, sobre todo, la salmodia del primer corte de la cara B (pieza que, por cierto, desapareció en la edición conmemorativa del 25º aniversario de su publicación).

En un momento tormentoso de mi vida, en que decidí recuperar la memoria, abrí una carpeta en la que guardar apuntes de hechos y andanzas, que titulé My life in the bush of ghosts. Aunque el disco había dejado de frecuentar mi tocadiscos, me había quedado el título prendido en la memoria, dispuesto para otros usos. No es de extrañar pues que, al encontrar el libro hace un mes en México, D. F., recién traducido al español en Siruela lo comprara de inmediato.

Acabo de terminar de leerlo, ahora hace ya tiempo que no siento que mi vida transcurre en la maleza de los fantasmas (de hecho, la carpeta que titulé por el disco de Eno y Byrne, ahora está sepultada por otras en una más grande que he titulado In my life), y además se acaba otro Bush, con el que desde luego hemos vivido entre matorrales y fantasmas. The end.

lunes, 3 de noviembre de 2008

jazz en casa botella

En Casa Botella hay cena fría y jazz todos los miércoles. Llego antes de las nueve, la hora del primer pase, y saludo a Rafa, y a Joan Soler y Lucho Aguilar, que están desenfundando los instrumentos. Tuve a Joan Soler en el Vives en tres conciertos memorables, en marzo de 2003 tocando a Wes Montgomery, en octubre del 2004 en el concierto que titulamos “Vibes en el Vives”, con Arturo Serra, y en abril del 2007 con Celia Mur.

Pido una copa de vino, Rafa me abre una botella y charlamos. De los conciertos del Vives, de música y matemáticas, de México, del ritual de la escucha de la música seria en silencio (y mientras más en serio se toman algunos lo de seria, mayor ha de ser el silencio) y de tocar en restaurantes como aquí. A Joan Soler le encanta tocar en una esquina sin que le hagan mucho caso, se siente más libre. “La gente hablando no me importa” –me dice–, “pero no soporto los teléfonos móviles”.

Cuando empiezan a tocar, Rafa se sienta en la barra a escucharles. “Rafa, tú haces esto porque te gusta”, –le digo. “No, no, hay miércoles que está a reventar”, –se defiende.

Amparo no llegará hasta las diez porque se ha ido a hacer pilates, y mis hermanos no aparecen. En la guitarra de Joan Soler se cuela “Manha de carnaval” y yo ya llevo media botella de Maduresa.

Me acuerdo de la tarjeta que hice para anunciar el concierto en que Joan Soler tocó Wes Montgomery.

miércoles, 29 de octubre de 2008

marxismo de groucho en la universitat de valència

Nuestra Antigua Universidad se ha vuelto realmente marxista (de Groucho). Si se entra en la noticia del ciclo del Aula de Cine, Marxistes de Groucho, que comienza hoy en el Vives, http://www.uv.es/~webuv/noticies/noticia.php?idnoticia=7315, uno puede descubrir que el director de Sopa de Ganso, Leo McCarey, se ha convertido en Llig McCarey, por obra y gracia del SALT (el programa de traducción automática castellano-valenciano, salvavidas de funcionarios y plumillas de la Comunidad Valenciana).

El profesor Manuel de la Fuente, responsable de presentación y coloquio, leerá la película, como debe hacer todo profesor de Estudios Culturales que se precie.

Lee y difunde, que decía el Mundo Obrero.

martes, 21 de octubre de 2008

impertinencias

En torno al año 400 a.n.e., la democracia ateniense se recupera de la época de los Treinta Tiranos. Se ha firmado un acuerdo de paz entre oligarcas y demócratas que incluye una ley de amnistía. Lisias quiere, sin embargo, que Eratóstenes sea juzgado por haber matado a su hermano, pero como es difícil encausarlo por ello, amplía su acusación contra él a todos los desmanes cometidos por los Treinta Tiranos, de cuyo gobierno formó parte.

Su discurso de acusación Contra Eratóstenes, uno de los Treinta, que pronunció el mismo Lisias, comienza con una frase que vale la pena tener presente: “Empezar la acusación no me parece difícil, oh jueces, sino dejar de hablar. Delitos de tal magnitud y de tan gran número han sido cometidos por ellos que, aun mintiendo, no los acusaría de delitos peores de los que ya existen…” Lo difícil no es acusar, sino callarse. Callarse es imposible ante la magnitud de los delitos. O al menos es imposible callarse para un demócrata radical.

La historia no nos dice, o al menos yo lo desconozco, cuál fue el dictamen tras el alegato de Lisias, si Eratóstenes fue o no inculpado y condenado, pero sí que su alegato era impertinente.

(Noticias en la prensa: Garzón dicta un auto declarándose competente “por los presuntos delitos permanentes de detención ilegal, sin dar razón del paradero, en el contexto de crímenes contra la Humanidad” […] “fundamentalmente por la existencia de un plan sistemático y preconcebido de eliminación de oponentes políticos a través de múltiples muertes, torturas, exilio y desapariciones forzadas (detenciones ilegales) de personas a partir de 1936, durante los años de Guerra Civil y los siguientes de la posguerra, producidos en diferentes puntos geográficos del territorio español”. El fiscal “considerando que la resolución no es ajustada a derecho interpone recurso de apelación”.)

(El Contra Eratóstenes de Lisias lo encontré el sábado pasado, de expedición en la calle Donceles, en la librería contigua al Inframundo, en la edición de la colección de la UNAM de clásicos grecolatinos Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, y lo compré como libro de actualidad. El Margites no fui capaz de encontrarlo.)

sábado, 18 de octubre de 2008

donceles, méxico, d. f.

En Historias falsas, de Gonçalo M. Tavares, que leo en otro de los preciosos libros con cubierta troquelada de la editorial Almadía de Oaxaca, Arquitas es el guardián del libro Margites, la comedia de Homero, que le ha entregado Platón con el encargo de guardarlo con su vida. El rastro de esa tercera obra maestra de Homero se ha perdido, nos dice Tavares, “porque quien busca investiga en bibliotecas, en sitios nobles y cultos”. Arquitas le dio el libro para que lo guardara a un hijo de barquero, y Tavares tiene la certeza de que “entre los descendientes y amigos del barquero ni uno sólo aprendió a leer”. “Es, pues,” –añade Tavares– “probablemente, en medio de una familia de campesinos, personas sencillas y analfabetas, que se podrá encontrar el libro más buscado de la historia”.

Podría decir la banalidad de que también cabe entrar en su busca en la borgiana Biblioteca de Babel, que acabo de leer, esta vez en inglés, The Library of Babel, en una traducción incluida al comienzo del libro de William Goldbloom Bloch The Unimaginable Mathematics of Borges’ Library of Babel.

Borges, nos recuerda Alberto Manguel en una reseña benévola de este libro aparecida en The New York Sun, consideraba las matemáticas como una rama de la literatura fantástica. Y Bloch resulta poco borgiano queriendo explicar la biblioteca de Borges con matemáticas que él llama “inimaginables”, cuando las matemáticas, con su poder de creación de mundos, son psicodélicas.

Prefiero ir a buscar el Margites a ese laberinto de libros que son las librerías de viejo de la calle Donceles. Entraré al Inframundo en su busca, ahora que se acerca el día de los muertos.

domingo, 12 de octubre de 2008

polanco, méxico, d. f.

Alguien dice: “Agarras por Arquímedes y das vuelta a Homero hasta Hegel. Sobre Hegel está Adonis.” Ni modo, ahí vamos.

richard strauss es rock ‘n’ roll

Para compensar el no haber ido a la ópera en el Metropolitan de Nueva York, me voy al Auditorio Nacional en México D. F. a una retransmisión en directo de la Salomé de Richard Strauss precisamente desde el Metropolitan.

Pero no, no se trata de compensar nada. Richard Strauss es rock ‘n’ roll. No en vano compuso Also Sprach Zaratustra para anunciar la llegada de Elvis Presley, o, al menos, del Elvis Presley de los setenta As Recorded at Madison Square Garden o Aloha from Hawaii: Via Satellite.

Y en esta Salomé, arrebata sin dar tregua, hasta que Karita Mattila besa la cabeza cortada del Bautista y grita “Ah! Ich habe deinen Mund geküsst”.

A la salida, recojo la cámara que me habían requisado (aunque podían haberme requisado también un revólver o un hot dog, como puede verse en la foto).



México, D. F. es rock ‘n’ roll.

domingo, 5 de octubre de 2008

me & mr. taj mahal

He venido a Princeton unos pocos días, de paso a México, D. F., para visitar a mi hija que está haciendo un máster en Asuntos Públicos en esta universidad de la Ivy League. Antes de venir planeamos ir a pasar la noche del sábado 4 a Nueva York y asistir a algún espectáculo. A ella le habían sacado unas amigas, que viven en Nueva York, una entrada para una representación en el Metropolitan de la ópera Don Giovanni, y quedamos en que conseguiría otra para mí, lo que hizo.

Sin embargo, el viernes descubro en la red que Taj Mahal actúa en el B. B. King Blues Club & Grill ese mismo sábado 4 dentro de su gira Celebrating 40 Years, en la que lo que conmemora es el 40º aniversario de la aparición de su primer disco, de título homónimo. Sabía de esa gira, incluso acababa de comprar directamente en la página web de Taj Mahal el disco Maestro, que también celebra esos cuarenta años de su primer disco, pero no sabía que yo coincidiera con la gira en mi viaje neoyorkino.

En 1968, conseguí fuera de España ese primer disco de Taj Mahal, y el segundo, The Nacht’l Blues, que publicó el mismo año, y ambos discos se convirtieron de inmediato en residentes asiduos de mi tocadiscos. Me levantaba por la mañana cantando “I’m gonna get up in the mornin’ / I believe I'll dust my broom”, su versión rockificada del blues de Robert Johnson, y saludaba, “Good Morning”, a Miss Brown, día tras día.

En los años inmediatamente siguientes, en que estuve privado de pasaporte, alternativamente encargaba a quien podía salir al extranjero que me buscara sus nuevos discos (el doble Giant Step / De Ole Folks At Home, de 1969, Happy Just To Be Like I Am, de 1971, Recycling The Blues & Other Related Stuff, de 1972, Oooh So Good ‘n Blues, de 1973), o me alegraba al encontrar en los cajones de rebajas de las tiendas españolas los dos únicos que se publicaron en España por entonces (The Real Thing, de 1971, y Mo’ Roots, de 1974). “Fishing blues” se convirtió en uno de mis himnos para comenzar el día, “Betcha’ goin’ fishin’ all o’ da’ time / Baby goin’ fishin’ too I’ma goin’ fishin’ … Yes I’m goin’ fishin’, / And my baby goin’ fishin’ too”, y la cara B de Recycling The Blues & Other Related Stuff llevo treinta y seis años escuchándola una y otra vez, y es sin duda mi vinilo más surcado.

Le he seguido en todas las direcciones que ha explorado: todas las formas del blues, el soul, la música caribeña, la hawaiana, la hindú, las africanas… En los últimos años, Kulanjan, su disco de 1999 con Toumani Diabaté, bate records de aparición en mi lector de CDs y en mi iPod, y, al volver de un viaje a Zanzíbar en 2005, me encontré con que él acababa de grabar Mkutano Meets The Culture Musical Club Of Zanzibar. Pero nunca le había escuchado en directo.

¿He de decir que no tuve un momento de duda? Hace unos años, cuando organicé junto con Jenaro Talens el ciclo de conferencias en Bancaja Las culturas del rock, uno de los invitados, que poco tenía que ver con el asunto, pero era un maestro en el arte de las conferencias académicas, resolvió el compromiso en que le había puesto su amigo Jenaro titulando la conferencia “Memorias de un no-roquero” y contando en ella cómo su vida respecto al rock quedó definitivamente definida el día en que rechazó una invitación para ir a Woodstock, porque tenía dos entradas para la ópera Lucia de Lammermoor con Joan Sutherland en el Metropolitan del Lincoln Center, precisamente para donde tenía yo ahora las entradas. Ya el día que le escuché pensé que yo pertenecía a otra estirpe. Y sí, sin dudarlo un instante, compré dos entradas para el concierto de Taj Mahal, y alguien se encontró con el regalo inesperado de dos entradas para la ópera en el Metropolitan.

Aquí estoy, yo y el señor blues, Mr. Taj Mahal.


Juro que me voy a pescar el día entero. Me voy a pescar, y mi chica también. Que sí, she rock me to my soul, sweeter than a honey bee, yeah, my queen bee. Oh she rock me to my soul.

martes, 23 de septiembre de 2008

celebración del intrusismo

En el Centro del Carmen, José Saborit presenta un libro de poemas que le ha publicado Pre-Textos y Luis Landero toca la guitarra. En las paredes cuelgan cuadros de Saborit, pero apenas los mira nadie, la atención puesta en la guitarra de Landero y los poemas de Saborit, que recita Carlos Marzal. Tampoco nadie lee aquí El guitarrista, y pienso si no será el novelista el intruso que se ha colado en la vida de un guitarrista, que ahora deja la guitarra y lee un poema del pintor, que es un intruso que cogió unos pinceles, y ahora lee un poema de Saborit, el poeta.

Hace tal bochorno, que salgo al claustro de vez en cuando para tomar el fresco un poco. Luego, con una copa en la mano, me cuentan que Carlos Marzal ha hablado de algo que no he oído, unas expediciones poéticas, o de poetas, a romper farolas. Yo también apedreé una farola en una ocasión, aunque mi delito contra el mobiliario urbano ya está prescrito, fue hace más de cuarenta años, pero aún recuerdo el ruido triunfal del cristal al romperse, certificando mi salida de la niñez. No sabía sin embargo que fuera una actividad de poetas, y que yo empezaba una larga carrera de intrusismo variado.

Bienvenidos sean los intrusos: quizá aquí yo hago literatura.

viernes, 12 de septiembre de 2008

por la mañana

Leo:

Mattina
Santa Maria La Longa il 26 gennaio 1917

M’illumino
d’immenso.

domingo, 31 de agosto de 2008

el final del verano

En el capítulo de El espejo del mar que se titula “El bello arte”, Joseph Conrad es contundente: “Yo diría que el patrón de un velero de regatas que no pensara más que en la gloria del triunfo jamás lograría alcanzar una reputación eminente. Los que han llegado a ser amos de su embarcación […] no han pensado en nada que no fuera en hacerlo lo mejor posible […].”

Embarqué este verano por unas horas en la goleta que gobierna un hermano mío, que competía en una regata en aguas de Mallorca, sin tener en esta ocasión ningún barco con el que medirse luchando uno junto a otro en el mar, por los azares de la asignación de los barcos a categorías y la clasificación por tiempos compensados.

Otros años que embarqué con él en la misma regata siempre habíamos competido en duelo singular con un barco italiano, que tenía la misma compensación de tiempo y era realmente similar, con fortuna diversa, que se esperaba cambiar o repetir al año siguiente, y que mantenía la emoción del combate al decidir el aparejo o realizar una maniobra fijando la vista en el adversario. –“¿Y qué hacemos sin ellos?”, le pregunté. –“Pues hacerlo lo mejor posible”, me dijo.

Y recordé entonces que en el corcho del despacho de mi departamento de la Universidad de Valencia, al que vuelvo terminado el sabático, pinché hace ya algún tiempo una viñeta de El Roto, en la que uno de sus pensadores dice: “¿Quedará alguien que aún piense sin ánimo de lucro?” No podía recordar la frase de Conrad, que he empezado citando, porque no había leído aún ese libro suyo, que sin embargo acababa de comprar en Palma.

Después de ese combate con uno mismo, que sólo pareció interesar a la tripulación propia de la goleta, pero poco o nada a la colla de estudiantes de la universidad que servían de tripulación eventual para la ocasión, fuimos a celebrar el ritual de cenar en el Celler de Sa Premsa frito mallorquín, lengua con alcaparras, caracoles con ajoaceite, lomo con col, sopas mallorquinas y un par de platos más para acompañar a ese núcleo duro del ritual. De postre me pedí un punky al que arranqué la cabeza


y acabamos tan amigos. Sympathy for the punky.


Conrad también escribe en ese mismo capítulo algo que no atañe directamente al gobierno de uno mismo, ese hacerlo lo mejor posible porque uno no se está midiendo con nadie más que con su propia voluntad de poder, sino a la combinación de uno con los demás, a cómo ha de ser esa combinación en pro del buen gobierno de uno mismo: “Para que los términos de la relación con un barco sean de fructífera asociación lo que interesa saber no es lo que ese barco dejará de hacer; lo que más bien se debería tener es un conocimiento preciso de lo que estará dispuesto a hacer por uno cuando se le pida que muestre lo que guarda en sí por un movimiento de simpatía.”

Buscar la simpatía, συμπάθεια, el momento y el lugar en que resonar en la misma onda, parece un buen propósito para el final del verano. Navegar “como si el barco fuese un pliegue del mar”, que decía Deleuze.

miércoles, 6 de agosto de 2008

psicodelia fina

A principios de los ochenta hice una cinta que titulé “Psicodelia fina”. Comenzaba con “Comin’ back to me” de Jefferson Airplane, y contenía miniaturas como “Guinevre” de Donovan, “Dominoes” de Syd Barret, “Flute song” de Quicksilver Messenger Service, o “Chapter 24” de Pink Floyd, con “Gilda” de Música Dispersa, como único representante de lo hecho en estas tierras.

Viene esto a cuento de que, desde hace unos días, se ha apoderado de mi plato el disco de Alberto Montero que ha editado Juan Pedro en su sello Greyhead, y ahí me he quedado colgado...

domingo, 3 de agosto de 2008

llegó el verano

Primer domingo de agosto. Compro El País y busco el suplemento de Pasatiempos. ¡Sí!, ¡está!, como todos los agostos, con el crucigrama blanco, el autodefinido y el damero maldito. Llegó el verano. Ya puedo hacer una pausa, afilar el lápiz y entretenerme con pasatiempos. Dejar pasar el tiempo, pensando sin pensar demasiado.

Separo el suplemento de Pasatiempos, que reservo para un momento en que celebrar el ritual veraniego, y hojeo el resto del periódico. Paso sin detenerme y sin inmutarme por titulares que encabezan noticias sobre Solbes y la crisis, De Juana Chaos en la calle, o Bélgica que se tambalea, pero me sobresalto con el que reza “De la Vega: “España apoya la liberalización de Petromex” ” (sic, la empresa se llama en realidad Pemex). ¡Cielos!, ¡y dice nada menos que “La vicepresidenta ha alabado la reestructuración del sector energético emprendida por el gobierno mexicano”! ¡La izquierda mexicana en pie de guerra contra la manera en que el gobierno de Calderón quiere privatizar Pemex y la portaestandarte de la renovación del socialismo español encantada! Qué casualidad que Repsol se vaya a quedar con un buen bocado del pastel…

Y ni mención de la consulta popular promovida por el PRD, desde el gobierno de México, Distrito Federal, realizada el domingo pasado y su resultado abrumador en contra del proyecto de privatización de Pemex. Ni de cómo, en tiempos de Lázaro Cárdenas, la nacionalización del petróleo fue un movimiento popular, hasta el extremo de que había quien llevaba sus gallinas para que el gobierno pudiera comprar las empresas petrolíferas.

Eso sí, De la Vega anuncia sin solución de continuidad a bombo y platillo que España duplicará su aportación a la lucha contra el SIDA, ¡el doble, ahí queda eso! El petróleo que nacionalizó Lázaro Cárdenas para Repsol, y el gobierno español da unos dineritos para una buena causa. ¡Ponga un pobre en su mesa, que es Navidad!, o, versión moderna, ¡hagamos una conferencia de donantes para arreglar estos destrozos que acabamos de causar! ¿Será que el verano derrite a la izquierda?

En fin, y yo que abría El País con avidez en busca de pasatiempos, para comprobar que ya era verano…

Catástrofe añadida: aún no tengo canción del verano. Mi hija, que se ha ido al Congo de vacaciones, después de estar trabajando unos meses en Jartum, me envió por Skype no hace mucho la que es la suya este verano, una rumba congoleña, y me dijo que cómo no tenía yo ninguna, que el verano no es verano sin canción del verano. En vista de cómo está el patio creo que voy a adoptar la versión salsa de “Ne me quitte pas” de Yuri Buenaventura, ese maestro en convertir en fiesta lo que da ganas de llorar.

miércoles, 30 de julio de 2008

no hay vita beata para mí

Me acuerdo a menudo del último poema del libro que Jaime Gil de Biedma tituló en vida Poemas póstumos, “De Vita Beata”, que terminaba diciendo “y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia”. Pero no puedo permitirme esa vita beata porque no cumplo casi ninguna de las condiciones que Gil de Biedma incluía unos versos antes de estos últimos, “poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas”.

Mi casa la posee en realidad Barclays, y menuda cuenta que le tengo que pagar hasta dentro de veinticinco años. Lo de poca hacienda, sí, pero en la memoria buceo cada vez con más insistencia (ver otras entradas de este blog como “hacerse mayor: 1. el hombre del salto”, “zappa, humor, vanguardia, cine (stir, don’t shake – or the other way round?” o “i (still) wanna be a rock star (my way)”. Leo como siempre, y escribo casi siempre por obligación. En cuanto a no sufrir, eso procuro, para lo que el estar de sabático y el vivir un tiempo trasterrado me ha ayudado.

Pero he vuelto a España, que se supone que ya no es ese “… viejo país ineficiente / algo así como España entre dos guerras / civiles …”, en el que Gil de Biedma imaginaba su beatífica vida póstuma en vida, y me encuentro palabras vacuas e ideas neoliberales en el discurso dominante de la izquierda (como esa pamema de las “competencias”, con las que la educación se organiza sin ambages sobre el modelo empresarial de la selección de personal), y un exasperante rendirse ante “lo que hay”, entre las gentes con que trabajo: “es así”, “no me lo creo, pero es lo que hay que hacer”. ¿Qué fue del “seamos realistas: pidamos lo imposible”?

Tendré que volver a tener como libro de cabecera Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta.

martes, 29 de julio de 2008

de vuelta a casa

En Il ritorno d’Ulisse in patria de Monteverdi, Penélope dice: “creder ciò que desio, m’insegna amore”, “el amor me enseña a creer lo que deseo”, pero aún duda de que quien ha vuelto sea Ulises, porque así se lo exige la fidelidad al Ulises que se fue a Troya. Una cicatriz y la memoria de lo íntimo es lo que queda de aquel Ulises para que lo reconozca.

Volver a casa, cicatriz y memoria de amor. No hace falta que Neptuno se interponga y demore la vuelta. Así es para mí todos los días.

sábado, 26 de julio de 2008

i (still) wanna be a rock star (my way…)

Ahora que he estado actuando en un par de congresos, alguien me dice que se alegra de que aumente mi popularidad.

Bueno, la mía es una popularidad de pacotilla. Quise ser una estrella del rock ‘n’ roll, pero no quise presentarme a Operación Triunfo... O “salí por fortuna y me traje bisontes”, como decía una canción de Felpudo Tos, que usé como lema con ocasión de mi quincuagésimo cumpleaños, al que invité a una numerosa tropa, en un momento en que había caído sin paracaídas en una nueva vida.

Y apenas he cultivado esa brizna de laurel. Es decir que me acuerdo de unos versos de esos que a veces me sorprendo canturreando: “refusant d’acquitter / la rançon de la gloir’ / sur mon brin de laurier / je dormais comme un loir”.

Los versos son de la canción de Georges Brassens “Les trompettes de la renommée”. No estaban, sin embargo, en el primer disco que tuve de Georges Brassens, un EP de cuatro canciones, que me regaló mi madre en los muy primeros sesenta, sin que ella pudiera ser consciente de que iba a desencadenar un profundo cambio en mi vida.

Ese EP, que aún conservo y cuya portada, reproducida en gran tamaño, colgué en una pared del comedor del Colegio Mayor Luis Vives, me traía “Chanson pour l’auvergnat”, “La prière”, “La jolie fleure” y “La mauvaise réputation”, y ahí me encontré con versos que me reconfortaron en mi soledad de adolescente más preocupado por la poesía, la literatura o la filosofía, que el fútbol, los coches y las chicas: “Au village, sans prétention, / j’ai mauvaise réputation. / Qu’je m’démène ou qu’je reste coi / je pass’ pour un je-ne-sais-quoi!”.

Pero sobre todo me descubrió que en España había cosas prohibidas: quise comprarme algún otro disco de Brassens, y la encargada de la sección de discos de la tienda de electrodomésticos Alejandro Soler me dijo, no había nadie delante, que todos sus discos estaban prohibidos en España. Y añadió, también sin alzar la voz, que, si me gustaba, ella me recomendaba a un cantante catalán, Josep Maria Espinàs, que acababa de grabar un disco con cuatro canciones de Brassens traducidas al catalán. Así empecé a saber que el régimen de Franco era una dictadura. (Luego seguí a esa dependienta iniciática de tienda en tienda, Guateque fue una de ellas, y el altillo de la librería que se abrió en calle Soledad, recayente a la plaza del Patriarca, la última, antes de que se marchara a Ibiza con el cantante de los Bodgies, pero ésa es otra historia.)

A partir de entonces comencé a labrarme una sólida mala reputación, yendo a contracorriente, a pesar de la advertencia de Brassens, en la canción en cuestión, “Mais les brav’s gens n’aiment pas que / l’on suive une autre route qu’eux” (a la que, por cierto, él hizo caso omiso toda su vida). Y persevero, que decía Lacan.

viernes, 25 de julio de 2008

inmersión cultural

Hace unos días comí “Chocos al rompope” porque al leerlo en la carta del restaurante sólo entendía la palabra “al”.

Mañana vuelvo a España, tras un tiempo trasterrado. No a mi tierra, que siempre me he sentido extranjero, pirata, y lo único que añoro es la mar, amores y amigos. Y allí también comeré lo que haya, para poder darle sentido.

jueves, 24 de julio de 2008

reivindicación de la tortuga

Los semáforos en Morelia, al menos los semáforos a los que he tenido que atender para cruzar la calle Madero o la calle Morelos estos días pasados, tienen un hombrecito luminoso que comienza a andar cuando se pone en verde, mientras en un contador van pasando los segundos que faltan para ponerse en rojo. O eso es lo que uno se espera, sobre todo al ver que el hombrecito acelera su marcha, casi se diría que con gesto asustado, al aparecer el 01.

Pero después, por sorpresa, aparecen dos rayas en los dos lugares para las cifras (como éstas: ––, pero luminosas) que duran una eternidad, mientras el hombrecito sigue corriendo como alma que lleva el diablo, o como Ulises tras la tortuga, viendo cómo el tiempo en alcanzarla se eterniza, cuando parece que ya no queda espacio alguno entre él, de los pies ligeros, y su parsimoniosa contrincante.

Yo también corrí al principio, creyendo que el tiempo se me acababa en los semáforos de Morelia, para descubrir al alcanzar la acera que mi carrera había carecido de sentido ya que los coches seguían detenidos. Pero corrí hasta que dejé de imitar al hombrecito luminoso en su carrera apresurada, supuestamente final, y decidí correr el riesgo de ir a mi ritmo.

No recuerdo lo que dice Augusto Monterroso que sucede cuando la tortuga finalmente llega a la meta, con Aquiles pisándole los talones casi desde siempre, en La oveja negra y demás fábulas, pero sí que entre la lista de “Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges”, incluidos en Movimiento perpetuo, está, y con carácter maléfico, el “deslumbrarse con la fábula de Aquiles y la Tortuga y creer que por ahí va la cosa” –y lo cito textualmente porque tengo ese libro a la mano.

Hace años, le leía una y otra vez a mi hija entonces niña el cuento de Michael Ende Tranquila tragaleguas, la tortuga cabezota, que Ende tituló Tranquilla Trampeltreu, die beharrliche Schildkröte, cosa que no me preocupé de saber entonces. Repetíamos una y otra vez, como quieren tanto los niños, que Tranquila se puso en marcha al saber que el rey de la selva había invitado a su boda a todos los animales “grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos”, y que en su camino pasaba “por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas”. Y que no le importaban las risas y las burlas de quienes le decían que nunca llegaría a tiempo, porque, como Tranquila, sabíamos que apresurarse no servía de nada ya que al llegar siempre sería la boda de algún rey, tan efímero, él y su boda, como el anterior, o el siguiente.

Pero, sobre todo cantábamos, “muy despacito y con afán / Tranquila empieza a caminar / porque le gusta tanto andar…”

viernes, 18 de julio de 2008

macallan divorciado

Pregunta el mesero al final de la cena si queremos algún licor. “¿Qué whiskey de malta tiene?” –le contestamos. En la lista que recita está el Macallan 12. “¿Cómo lo quieren?” –nos pregunta. “Solo. Y con un agua al lado”. “Ah, lo quieren divorciado.”

Pues sí, divorciado. Así conviene que acabe ese absurdo matrimonio del whiskey y el agua. Cada cosa en su sitio. Beber el wiskey por la ebriedad y el agua para el cuidado del cuerpo. Y no andar engañando con ese quiero y no puedo de una mezcla sin sentido.

domingo, 13 de julio de 2008

quevedo en mi socorro

En Vidas perpendiculares de Alvaro Enrigue, el protagonista muere, en su vida como matamonjes, apuñalado por Quevedo en una calle de Nápoles. No es de extrañar, porque en otra de sus vidas, a la que Enrigue presta especial atención, se ha enamorado de Saulo, lo que ya es delito. Enrigue deja sus difíciles relaciones en suspenso cuando éste parte camino de Damasco, no nos cuenta lo que sucede después “porque está en todos los libros”.

La novela de Enrigue la he terminado, de vuelta al hotel, tras abordar un taxi intentando eludir un calor asfixiante, y encontrarme con que el taxista le decía a una de mis acompañantes, mexicana con ascendencia india: “ustedes son de Houston, ¿no?”. A lo que ella, sin inmutarse pese a lo extemporáneo de la pregunta, ha contestado “no, somos de México y España”. Lo que ha desencadenado, seguramente porque la palabra “España” ha tapado la palabra “México” en las entendederas de nuestro taxista (que desde luego no lee a Céline), todo un discurso explicativo sobre lugares diversos de México, destinado a su interlocutora mexicana, y preguntas sobre España, incluyendo que, si costaba doce horas llegar en avión –de lo que le acabábamos de informar–, cuántas horas costaría llegar en coche.

Menos, seguro, de las que me ha parecido que duraba el trayecto hasta el hotel una vez hemos descubierto que el taxi no tenía aire acondicionado. “No he cargado el gas” –nos ha dicho–, “pero no hace mucho calor”. “Unos cuarenta grados dentro de este taxi” –he pensado yo, deseando que apareciera Quevedo con su puñal, pienso ahora, no entonces, porque en ese momento aún no había llegado hasta ese punto en la novela de Enrigue.

Pero eso no es todo, al taxi hemos entrado en busca de refugio tras haber escuchado en el Topic Study Group 11 “Research and Development in the Teaching and Learning of Algebra” del 11th International Congress of Mathematical Education, al que asisto en Monterrey, a alguien que, con total desparpajo, nos anunciaba la buena nueva de la deconstrucción del “álgebra de los pastores” (él decía “pastoral algebra”), haciendo una supuesta arqueología de la palabra álgebra por el procedimiento, según él foucaultiano, de preguntarle por la calle en Jerusalén a un palestino qué quería decir al-jabr. Su respuesta, “reunir” (a saber lo que en realidad le dijo), elevada a la categoría de lo natural frente a lo pastoral, le permitía una deriva deconstructiva, que anunciaba como mesías. Lamentablemente, no andaba Quevedo paseando por los pasillos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, apuñalando matamonjes.

Un Chablis con la cena, y un whiskey de malta convenientemente envejecido charlando en un bar con los amigos me ha hecho recuperar la confianza en el género humano, y, ya en mi habitación, para rematar la faena, Don Francisco de Quevedo y Villegas ha llegado, con otro puñal, en mi socorro: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Retiro y parsimonia que siempre he querido y, a menudo, anhelo.

viernes, 11 de julio de 2008

pelícano con ruedas, sergio algora en mi memoria

Ya no rodará quien me cantó, a mí personalmente, “y quise cambiar de vida / con la chica del segundo B / y llamé al segundo C”. (Aunque no fue ese mi caso, que cambié de vida con la chica que quise, esos versos, pegados en mi memoria, vuelven una y otra vez a dar vueltas a mi cabeza...)

sábado, 5 de julio de 2008

ohne musik wäre das leben ein irrtum

Preparo mi viaje al norte, a Monterrey, estado de Nuevo León, donde me esperan temperaturas de achicharre. Para ello, voy al peluquero a cortarme el pelo al uno, a la peluquería Self by Randall, que me han recomendado, y que se encuentra en la esquina de la avenida de la Paz con Insurgentes, Colonia de San Ángel, y me encuentro con un peluquero holandés encantador, que vivió una temporada en Alicante, quien, tras enseñarle una foto mía con el pelo que me corté para viajar a Burkina Faso y Mali hace dos veranos, me da mucha conversación (sobre la enseñanza de las matemáticas en Holanda, allí donde la palabra matemáticas no viene de la raíz griega, y para él su palabra wiskunde –me dice– no es “matemáticas”, sino las matemáticas que le enseñaban en la escuela, en las que se trataba de modelizar el mundo de la experiencia; o sobre cómo L’Oréal se está convirtiendo en un monopolio que agobia a las peluquerías) para mostrarme finalmente su trabajo diciéndome que me ha hecho un corte más cuadrado que el de la foto, “para que parezca más masculino” –dice–, qué le vamos a hacer.

Me esperan en el Bistrot Mosaico, que está al lado de la peluquería del tal Randall, para comer. Los vinos son todos españoles y, tras habernos tomado sendos Manhattan “arriba”, nos arriesgamos a beber un albariño, quizá por eso de que yo voy a comer un esmedregal con morillas (que es como llaman aquí a las colmenillas), y el esmedregal es un pescado.

Luego vamos a la librería Gandhi en Miguel Ángel de Quevedo a preparar las lecturas norteñas. Mi cosecha, recorriendo errático las pilas de libros de tan monumental librería, acaba siendo Vidas perpendiculares de Álvaro Enrigue, de quien no he leído nada, pero a quien escuché una intervención en un homenaje a Sergio Pitol en Bellas Artes, que me hizo anotar que tenía que buscar algo suyo, y ahora lo encuentro sin buscarlo; La jornada de la mona y el paciente, de Mario Bellatín, de quien no sé nada, pero me gustan las portadas troqueladas de la editorial Almadía en la que está publicado el libro en cuestión, lo que basta para que lo añada a esta cosecha guiada por Manhattan “arriba”, morillas y albariño; la Lolita de Nabokov, a la que siempre hay que volver, y por qué no en un viaje al norte; y La nieve de Johanna Schopenhauer, libro de cuya existencia y la de su autora no tenía ninguna noticia, pero al leer en la contraportada que era la madre de Schopenhauer, el único Schopenhauer que yo conocía, bendije de nuevo a la editorial Periférica por su Biblioteca Portátil, de la que éste es el volumen decimocuarto. También he comprado, aunque no como lectura norteña, Luz de intemperie. Antología personal, de Jenaro Talens, porque no tenía noticia de este libro de su selva de publicaciones, e irá a instalarse en el estante que le tengo dedicado en mi casa, cuando vuelva a Valencia.

Recibo un SMS de Amparo, que se ha ido, al otro lado del Atlántico, a una despedida de soltera, con boys incluidos, de una libanesa afincada en Valencia: “¡El boy es un señor casado y con dos hijos!”. “La vida es muy dura…”, le contesto.

En el metro, subiendo por la línea 2 desde Tasqueña, me coloco los auriculares del iPod, y vuelo... La reproducción aleatoria me lleva por “At last” cantada por Etta James; “Señora del mar”, por Juan Perro (“Hoja tras hoja se lleva el viento / de un libro que no podré acabar”); “You are too beautiful”, por Johnny Hartman con John Coltrane; “Show and tell”, por Al Wilson; “Lonely, lonely man, I am”, por The Temptations; “Candy”, por Dr. John; “Adán”, por Enrique Morente; “Meant to be”, por Gabriela Anders; “Viejos amigos”, por José Alfredo Jiménez… Me paso de la estación “General Anaya”, que es la mía, y tengo que volver a hacer el trayecto en sentido contrario. “Ohne Musik wäre das Leben ein Irrtum”, “Sin música la vida sería un error”, o un errar, que decía el tal Nietsche en Götzen-Dämmerung, El crepúsculo de los ídolos.

domingo, 29 de junio de 2008

ni richard wagner ni dr. wagner, manifiesto antipatriota

Me cuenta Amparo que se enteró de la victoria de España sobre Italia en la Eurocopa por Zubin Metha. Había ido a escuchar la ópera Siegfried de Richard Wagner (que tanto he lamentado perderme por estar en México) y al acabar, tras salir a saludar una y otra vez por los inacabables aplausos del público, Zubin Metha apareció con un micrófono y anunció la victoria de España, colofón glorioso a las gestas de Sigfrido. Ni qué decir tiene que la sala prorrumpió en aplausos con recobrados bríos. Yo me enteré de esa victoria de la selección española de fútbol, o de España, según parece, porque me llamó por teléfono un amigo mexicano que había visto el partido por televisión para decírmelo. Lo que da la medida del interés que ella y yo tenemos por el asunto ese del balompié, conociendo victoria tan singular de la gloriosa selección nacional por extranjeros…

Confieso que, si la victoria sobre las huestes de Berlusconi me pilló totalmente fuera de juego, ante el subsiguiente enfrentamiento con los sicarios de Putin pensé en lanzarme a la primera fila de combate, alistarme a cualquier División, fuera del color que fuera, para plantarle cara al ruso. Pero volvió a pasarme inadvertido el momento en que se libraba el combate, entretenido con los productos del ingenio inacabable de Vik Muniz expuestos en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Ahora que Alemania ya ha confundido al turco, como se decía en mi familia recordando la batalla de Lepanto, el combate final España-Alemania me deja aún más indiferente.

No me atrae la exaltación nacional a partir de los mitos, que sólo salva el espíritu de la música, de Richard Wagner, a cuya tercera entrega valenciana no pude asistir, pero tampoco el simulacro popular-mexicano del Dr. Wagner, que contemplé en el Arena México en su defecto.
Nunca podré sumarme al oé oé oé que atruena los campos de fútbol, de donde me fui a los quince años, sin volver jamás, porque los partidos coincidían con las sesiones de los cine clubs SARE y SIPE, para escándalo de mi padre que los retransmitía desde Radio Alerta, emisora del Movimiento, desde cuya cabina había sido yo espectador privilegiado de los encuentros del Valencia, club de fútbol, durante años.

Ni podré entonar letra alguna que pudiera añadirse al Himno Nacional (salvo quizá si se la encargaran a García Calvo, como hizo al tomar el poder Joaquín Leguina para el himno efímero de la Comunidad de Madrid, en el que se daba la única razón para ser de algún lugar; “¡Viva mi dueño, / que, sólo por ser algo, / soy madrileño!”).

Ni me uniré nunca a cantar himno alguno cuyo sujeto sea los valencianos, Catalunya o España. Mis únicos himnos serán siempre La Marsellesa, cuyo sujeto es los ciudadanos “Aux armes, citoyens!” o La Internacional, cuyo sujeto es el género humano o la propia internacional “Agrupémonos todos en la lucha final / el género humano será La Internacional”. Sólo acepto cantos patrióticos para celebrar estados de embriaguez etílica, y ahí siempre será mi patria “Asturias, de mis amores”, aunque no haya tenido nunca amores en tal lugar.

En todo caso, me puedo poner cursi y entonar aquello de “Imagine there’s no countries / It isn't hard to do / Nothing to kill or die for / And no religion too”. O, para evitar la cursilería, usar la traducción española que hizo Santiago Auserón cuando intentó sacar esa canción de Lennon del territorio del hilo musical que se la ha tragado, y convertirla en un canto gozoso de liberación con el soporte de unos arreglos que exploraban territorios de la música negra: “Que no hubiera naciones / Tampoco religión / Que no tuviera la muerte / Motivo ni razón”.

lunes, 23 de junio de 2008

and the music goes 'round my head

Lejos de mis vinilos, me he acostumbrado a escuchar música en el iPod. Sobre todo en los viajes en metro que me llevan desde el apartamento en que estoy viviendo en el sur de México DF hasta el norte, hasta Indios Verdes, la última parada de la línea 3, que atraviesa la ciudad de norte a sur, desde la que aún tengo que tomar un pesero para llegar al Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, donde he venido a trabajar por unos meses. Una hora, más o menos, de trayecto.

Pongo el iPod en aleatorio y escucho lo que el azar decide, mientras por mi vagón del metro van pasando los vendedores ambulantes anunciando todo tipo de productos (“en esta ocasión, les traigo a ustedes, un paquete de agujas con el ojo dorado, son sólo diez pesos”, “les ofrezco a ustedes, en esta ocasión, un deuvedé del famoso fotógrafo canadiense..., su precio es de ciento cincuenta pesos, pero yo se los ofrezco por cuarenta...”), y, sobre todo, cds pirateados, que reproducen en un diskman conectado a un altavoz que acarrean en una mochila con rejilla, y anuncian también, cada uno el cd que “en esta ocasión, les traigo a ustedes...”, porque cada vendedor lleva un puñado de ejemplares de un único cd… Sobre ese barullo de voces y músicas variadas y el traquetreo del metro, van desfilando las canciones de mi iPod, “And the music goes ‘round my head … And my life echoes through my brain”, como decían los Easybeats a finales de 1967 –aunque yo no me enterara de que ellos lo habían dicho hasta unos quince o veinte años después cuando compré, no recuerdo si en California o en Canadá, su LP americano Falling off the Edge of the World.

Hace unos días rompí esta costumbre recién adquirida de escuchar en reproducción aleatoria (que, por ejemplo, pudo producir hace poco una de las variaciones Goldberg en versión de Glenn Gould, después de haber pasado por “Poor Side Of Town” de Nick Lowe, “My Foolish Heart” de Tony Bennett con Bill Evans, “I refuse” de Aaliyah, “Un paseo por mi cabeza” de Serpentina y “Tango del Roselló” de Pascal Comelade) para escuchar el disco Canciones de Santiago Auserón con la Original Jazz Orquestra, que acababa de comprar en http://www.lahuellasonora.com/tienda_discografia.php?id=30, la primera vez que compraba un disco en digital. Recién descargado en el iPod subí en el metro rumbo al norte y esta vez seleccioné escuchar el disco completo y en orden, enfrentado a su concepto, y no trenzando sus canciones con otras de la memoria de mi iPod.

El cancionero de Santiago Auserón forma parte de mi vida. No puedo escuchar pues indiferente nuevas versiones. He de confesar que en las canciones que para mí son más entrañables (entrañables porque me hablan, y me han hablado ya durante años, de mí) como “Obstinado en mi error” (¡cuántas veces no habrá venido ese verso a mi cabeza!) o “No más lágrimas” (que tengo pegada a un momento de mi biografía), los arreglos de Enric Palomar, aquí de clásica big band, me acunan, me siento en ellos a gusto, en territorio conocido y apropiado. Tarareo. Otros territorios del recuerdo, “Semilla negra”, canción que da de sí lo que se quiera, “La negra flor” o “El tonto simón”, los siento sometidos a la perturbación de no volver al mismo lugar, tener que acomodarme a que alguien se ha atrevido a cambiarlos (a veces uno tiende a la pereza, y puede no querer hacer el esfuerzo de encontrar su lugar en el territorio nuevo, o, incluso, puede rebelarse: ¿cómo se atreve éste a cambiar mis recuerdos, mis sueños?). Sin embargo, lo nuevo se incrusta en mis recuerdos –aunque, de momento, no tarareo. Tampoco tarareo, pero ni ahora ni en el recuerdo, porque la escucha ha de ser distinta, en las canciones más narrativas, “El Joraique” (dura forma de no dar cuartel al oyente perezoso, empezar el disco con este Joraique), “El canto del gallo”, “Annabel Lee”, cuyos arreglos enlazo en la memoria, ese agarre de la escucha, con los que Jean-Claude Vannier hizo para Gainsbourg, sobre todo, el de Histoire de Melody Nelson, o su propio disco L’enfant assassin des mouches –aunque probablemente no tengan mucho que ver, pero así son los lazos de la memoria.

Y así es la música. Ya lo dice la propia Música, antes de desplegar la alegría y el pesar de Orfeo, su triunfo del Infierno y su fracaso ante sí mismo, en el prologo de L’Orfeo de Monteverdi, que suena mientras escribo (con “la música rodeando mi cabeza y mi vida resonando en mi cerebro”):

Io la Musica son, ch’ai dolci accenti
So far tranquillo ogni turbato core,
Et or di nobil ira et or d’amore
Poss’infiammar le più gelate menti.

[Yo soy la Música, con dulces acentos
Sé calmar los corazones turbados,
Y, ya de noble ira, ya de amor,
Puedo encender las más gélidas mentes.]

domingo, 15 de junio de 2008

el retorno del dr. wagner

Como, lejos de Valencia por dos meses, me voy a perder la tercera parte de El anillo de los Nibelungos con la coreografía entre física y virtual de La Fura dels Baus, para compensar, el viernes 13 me fui al Arena México a ver un programa completo de lucha, en el que se anunciaba el retorno de Dr. Wagner.

El programa traía tres eventos de tríos con la participación nada menos que de Stuka, Máscara Púrpura y Flash vs Arkangel, Loco Max y Skandalo; El Sagrado, El Valiente y Grey Shadow vs Averno, Mephisto y Ephesto; el retorno de Dr. Wagner, el Galeno del Mal, el más aclamado por las masas, con El Volador y La Sombra vs Atlantis, Último Guerrero y Rey Bucanero; el campeonato mundial de tercias, en el que se enfrentaban el controvertido Místico, acompañado de Dos Caras Jr. y Blue Panther, a Héctor Garza, La Máscara e Hijo del Fantasma; y, para terminar, el espectáculo “Infierno en el ring”, lucha en jaulas cabelleras vs cabelleras, en el que se enfrentaban dos equipos de cinco luchadores y acabó perdiendo la cabellera Heavy Metal, ante los temibles Perros del Mal. Perdiendo la cabellera literalmente: Heavy Metal llevaba el pelo largo hasta los hombros y, derrotado, él mismo se agarró la melena haciendo una coleta, se la cortó con unas tijeras y se la entregó a El Texano, representante de Perros del Mal, que se subió hasta lo más alto de la jaula para enarbolarla dando gritos de victoria, mientras el público rugía "pe-rro-pu-to, pe-rro-pu-to...". Y la cosa no quedó ahí: después le raparon la cabeza al cero...

Pero el espectáculo no estaba sólo en el ring (y alrededores, porque una característica de estos combates, o lo que sean, es que cada poco se salen del ring y se pelean fuera): los alrededores del Arena México estaban convertidos en un tianguis en el que se vendían máscaras de todos los luchadores y otros abalorios. Uno de los amigos con quienes iba, a estos asuntos hay que ir en pandilla, serio en otras circunstancias, se compró una de Místico, se la caló y ató por la parte posterior de la cabeza, y entró con ella puesta. Yo buscaba la del Dr. Wagner, pero se puso a diluviar y me quedé sin máscara. Desenmascarado.

Éste es el tal Místico:



















Y éste el Dr. Wagner, que retorna eternamente:


Para quien quiera iniciarse, éste es un buen lugar: http://www.losluchadores.info/index.html.

La crónica oficial del espectáculo que presencié se puede ver en la página del Consejo Mundial de Lucha Libre: http://www.cmll.com/resultados/s_v_cmll.html

domingo, 8 de junio de 2008

voluntad de posible

En Help a él, ese anagrama de El Aleph, pasado por la alucinación psicodélica, escribe Fogwill: “De las doscientas cuarenta mil y pico de armonías posibles para un compás de seis, no menos de tres mil son legítimas; de ellas, unas cien podrán ser justificadamente wagnerianas, y cincuenta son plausibles para un fragmento de Tristán. Sin embargo, Wagner había elegido una. ¿Por qué? ¿Qué es Wagner? Wagner, pienso ahora, es convencer al mundo de que sólo esa combinación es wagneriana”.

Fogwill parece pensar –o al menos es lo que “piensa ahora”, a lo que luego añade que “la noche de aquel sábado no lo pensé así”– que todo está ya previsto, que la lista de posibilidades está cerrada y se trata de encontrar la manera de elegir la adecuada y afirmarla como propia –sí, así, ese soy yo. No, Wagner es ese hacer que algo que antes no era pensado como posible, lo sea, por eso arrebata –pienso yo ahora, mientras escucho el cuarteto de cuerda número 4 de Béla Bártok.

En El Aleph están contenidos, dice Borges, todos los lugares, como todos los instantes están en la eternidad. Georg Cantor eligió precisamente esa letra del alfabeto hebreo, א, aleph, para representar el infinito que él construyó en las matemáticas para dar cuenta de ese fenómeno, inasible por los poderes físicos de los humanos, de la presencia actual del infinito, dado de una vez, no pendiente de ser recorrido indefinidamente, sino enumerado de una vez por todas y de golpe.

Maurice Blanchot decía en Le livre à venir, El libro por venir, a propósito de este cuento de Borges, que “l’erreur, le fait d’être en chemin sans pouvoir s’arrêter jamais, change le fini en infini”, pero también decía que ese error, o, mejor, errar, ese estar en camino sin poder detenerse, que cambia lo finito en infinito, era algo propio del “hombre desértico y laberíntico”, no del “hombre comedido y de medida”. El “infinito malo” al que se enfrenta Borges es el único del que los humanos podemos tener experiencia, según Blanchot, excepto en éxtasis, porque “el mundo en que vivimos, y tal como lo vivimos, está acotado, felizmente”.

Hay, sin embargo, mundos posibles en que vivir, que no están acotados, felizmente (y aquí es donde ese adjetivo es adecuado): son los que produce la voluntad de posible, ésa que no se limita a buscar y elegir entre lo pensable, sino que expande el territorio de lo pensable, abre nuevos territorios en la vida, o en la música, o en las matemáticas.

El aleph de Cantor, א, no es ese Aleph en el sótano de la casa de la calle Garay ante el que el lenguaje se desmaya, aunque Cantor le dijera en una carta a Dedekind “lo veo, pero no lo creo”, al atisbar lo que lo llevaría a nombrarlo. Como dijo Nietzsche, y se diría que pensando en las matemáticas: “Se acabó la ficción para nosotros, nosotros calculamos; pero para poder calcular algo, primero hemos de convertirlo en ficción”. El aleph de Cantor es un número, infinito, pero un número, porque es objeto de un cálculo, un cálculo con el infinito que nosotros, matemáticos, podemos hacer porque lo hemos hecho posible, y que nos lleva a tener nuevas experiencias en ese mundo posible, con las que nuestras viejas ideas se ensanchan o se rompen. Dice Borges que el nombre del Aleph, “para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes”, haciendo referencia con Mengenlehre a la teoría de conjuntos infinitos de Cantor, que Cantor denominó así. Lo que Borges no dice es que el infinito dominado por el lenguaje de Cantor ya no está solo, sino que se despliega en una serie de infinitos distintos, en un sentido que el cálculo establece, que Cantor escribió, todos, con la letra aleph y los números naturales como subíndices. Infinitos alephs ante los que el lenguaje matemático no se desmaya. Tenía razón Borges cuando decía creer que “el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph”, por más motivos de los que él aduce.

domingo, 1 de junio de 2008

retorno a la ortodoxia punk

Hace unos meses, de tapas por Granada, me encontré pintada en un muro la consigna “retorno a la ortodoxia punk”. Parece que, también para quienes declararon que no había futuro, no cabe la instalación en el presente, sino la nostalgia del pasado, no sé si feliz, pero al menos añorado. Desde entonces, esa frase retorna a mi cabeza como si fuera uno más de los estribillos de canciones que he incorporado a mi vida. Incluso sin más sentido que el de la necesidad del retorno a algún lugar, por ejemplo, a este blog en pausa.

No se trata de usar los versos de Santiago Auserón “Voy a la deriva, amor / que no me dejan en calma / los vientos de mal humor”, otro de mis estribillos recurrentes, para instalarse en el desconsuelo, que el mismo Auserón ya concluye ese son de los muertos con la intención de “...dejar / pasmados y boquiabiertos / a los muertos del lugar / resucitar al fresco”. Resucitar pues al fresco. Salir al fresco y sacar al fresco.

En algún sitio leí que en un muro alemán apareció ya hace tiempo, en cualquier caso antes de la caída del muro por antonomasia, una pintada postpunk, sin nostalgia: “no future war gestern, aber was gibt es weiter”, algo así como “lo de que no hay futuro fue ayer, ¿y ahora qué?”. Pues eso, ¿y ahora qué? Ya pasó la conmemoración del mayo del 68, a la que parece obligar los números redondos. Un año, 1968, en el que yo también llevaba a cuestas un número redondo: el de mis años, veinte entonces (y, por tanto, sesenta ahora, redondo también, porque, por decirlo en la jerga del álgebra, en el conjunto de los números redondos la adición es una ley de composición interna, y la multiplicación por un número natural, una ley de composición externa); y en el que para mí pensamiento y vida iban de la mano.

Las conmemoraciones tienden al mausoleo, y más cuando tenemos ya tantos muertos que contar, entre aquellos con los que vivimos o con los que pensamos. Lo que puede ser una carga pesada, salvo que se sepa hacer como Alain Badiou, que convierte en ligereza y flecha el peso de los muertos en el libro que ha publicado en este 2008 = 1968 + 40, Petit panthéon portatif, Pequeño panteón portátil. Muy distinto del peso que parece tener para André Glucksmann, que, quizá decepcionado él por la pérdida de los dogmas, como dice que está la izquierda, se ha sentido obligado a explicarle Mayo del 68 a Nicolas Sarkozy, en el libro que, junto con su hijo, ha escrito para su 2008, Mai 68 expliqué à Nicolas Sarkozy.

Pues bien, ¿y a mí qué que sea redondo el número de años que ha pasado desde Mayo del 68? Ni nostalgia, ni recuerdo momentáneo que descargue de la culpa del abandono. Con mi Pequeño panteón portátil a cuestas, ya es junio, ¿y ahora qué?