domingo, 30 de noviembre de 2008

valencia / nebraska

En el concierto en el Black Note, Josh Rouse nos anuncia: “esta canción se llama Valencia. Podéis cantar: Valencia, ciudad de playa”.

“¡Es una rumba!” –me dice con no demasiada sorpresa Eduardo Guillot. “Pero no sabe hacer el ventilador” –observo yo. “Aprenderá” –replica Eduardo.

A la espera de que aprenda, bueno es echar en falta a veces la fiesta y vivir en una ciudad plácida a orillas del mar.


martes, 11 de noviembre de 2008

de la elegancia mientras se duerme

Las librerías de México, D. F. parecen infinitas, o, al menos, inabarcables, inagotables. Entre mis hallazgos de octubre está un libro editado en España en una editorial que desconocía, Impedimenta, de la que ahora sé que está a punto de cumplir un año de existencia. El libro me atrajo fulminantemente desde la mesa en la que reposaba, por la tipografía (esas fuentes en las que el cuerpo de la letra es mucho más pequeño que el asta ascendente o descendente), y por su título De la elegancia mientras se duerme.


Lo acabo de terminar, y ya no lo tendré más en la mesilla de noche mientras duermo.

Me queda de él el pánico del protagonista, cuando lo que le dice alguien al pasar pone en duda lo más profundo de sus convicciones.

“–¿Qué te pasa? –me dijo–. ¿Te has quedado sin manos?
¿Sin manos?, díjeme entre mí, sabiéndolas en mis bolsillos […]
Inseguro de mí mismo, de mi memoria, saqué las manos del bolsillo y las miré.
Efectivamente, aún pendían de mis brazos, pero la emoción era demasiado grande para asegurarme de tanta verdad y miré las manos largo tiempo.”

Wittgenstein no sé si leyó a este vizconde de Lazcano Tegui.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

my life in the bush of ghosts

En un viaje a París en febrero de 1981 –por el que me libré de ver los tanques ocupando las calles de Valencia– compré el disco que hicieron Brian Eno y David Byrne (entonces aún sólo líder de Talking Heads) My life in the bush of ghosts. En la contraporta llevaba escrito que el título estaba tomado de una novela de Amos Tutuola, de quien no sabía nada, y tuve curiosidad de descubrir autor y novela. No fue posible entonces y pronto olvidé la existencia del libro. El disco anduvo una temporada aposentado en mi tocadiscos, repitiendo, sobre todo, la salmodia del primer corte de la cara B (pieza que, por cierto, desapareció en la edición conmemorativa del 25º aniversario de su publicación).

En un momento tormentoso de mi vida, en que decidí recuperar la memoria, abrí una carpeta en la que guardar apuntes de hechos y andanzas, que titulé My life in the bush of ghosts. Aunque el disco había dejado de frecuentar mi tocadiscos, me había quedado el título prendido en la memoria, dispuesto para otros usos. No es de extrañar pues que, al encontrar el libro hace un mes en México, D. F., recién traducido al español en Siruela lo comprara de inmediato.

Acabo de terminar de leerlo, ahora hace ya tiempo que no siento que mi vida transcurre en la maleza de los fantasmas (de hecho, la carpeta que titulé por el disco de Eno y Byrne, ahora está sepultada por otras en una más grande que he titulado In my life), y además se acaba otro Bush, con el que desde luego hemos vivido entre matorrales y fantasmas. The end.

lunes, 3 de noviembre de 2008

jazz en casa botella

En Casa Botella hay cena fría y jazz todos los miércoles. Llego antes de las nueve, la hora del primer pase, y saludo a Rafa, y a Joan Soler y Lucho Aguilar, que están desenfundando los instrumentos. Tuve a Joan Soler en el Vives en tres conciertos memorables, en marzo de 2003 tocando a Wes Montgomery, en octubre del 2004 en el concierto que titulamos “Vibes en el Vives”, con Arturo Serra, y en abril del 2007 con Celia Mur.

Pido una copa de vino, Rafa me abre una botella y charlamos. De los conciertos del Vives, de música y matemáticas, de México, del ritual de la escucha de la música seria en silencio (y mientras más en serio se toman algunos lo de seria, mayor ha de ser el silencio) y de tocar en restaurantes como aquí. A Joan Soler le encanta tocar en una esquina sin que le hagan mucho caso, se siente más libre. “La gente hablando no me importa” –me dice–, “pero no soporto los teléfonos móviles”.

Cuando empiezan a tocar, Rafa se sienta en la barra a escucharles. “Rafa, tú haces esto porque te gusta”, –le digo. “No, no, hay miércoles que está a reventar”, –se defiende.

Amparo no llegará hasta las diez porque se ha ido a hacer pilates, y mis hermanos no aparecen. En la guitarra de Joan Soler se cuela “Manha de carnaval” y yo ya llevo media botella de Maduresa.

Me acuerdo de la tarjeta que hice para anunciar el concierto en que Joan Soler tocó Wes Montgomery.