miércoles, 30 de julio de 2008

no hay vita beata para mí

Me acuerdo a menudo del último poema del libro que Jaime Gil de Biedma tituló en vida Poemas póstumos, “De Vita Beata”, que terminaba diciendo “y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia”. Pero no puedo permitirme esa vita beata porque no cumplo casi ninguna de las condiciones que Gil de Biedma incluía unos versos antes de estos últimos, “poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas”.

Mi casa la posee en realidad Barclays, y menuda cuenta que le tengo que pagar hasta dentro de veinticinco años. Lo de poca hacienda, sí, pero en la memoria buceo cada vez con más insistencia (ver otras entradas de este blog como “hacerse mayor: 1. el hombre del salto”, “zappa, humor, vanguardia, cine (stir, don’t shake – or the other way round?” o “i (still) wanna be a rock star (my way)”. Leo como siempre, y escribo casi siempre por obligación. En cuanto a no sufrir, eso procuro, para lo que el estar de sabático y el vivir un tiempo trasterrado me ha ayudado.

Pero he vuelto a España, que se supone que ya no es ese “… viejo país ineficiente / algo así como España entre dos guerras / civiles …”, en el que Gil de Biedma imaginaba su beatífica vida póstuma en vida, y me encuentro palabras vacuas e ideas neoliberales en el discurso dominante de la izquierda (como esa pamema de las “competencias”, con las que la educación se organiza sin ambages sobre el modelo empresarial de la selección de personal), y un exasperante rendirse ante “lo que hay”, entre las gentes con que trabajo: “es así”, “no me lo creo, pero es lo que hay que hacer”. ¿Qué fue del “seamos realistas: pidamos lo imposible”?

Tendré que volver a tener como libro de cabecera Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta.

martes, 29 de julio de 2008

de vuelta a casa

En Il ritorno d’Ulisse in patria de Monteverdi, Penélope dice: “creder ciò que desio, m’insegna amore”, “el amor me enseña a creer lo que deseo”, pero aún duda de que quien ha vuelto sea Ulises, porque así se lo exige la fidelidad al Ulises que se fue a Troya. Una cicatriz y la memoria de lo íntimo es lo que queda de aquel Ulises para que lo reconozca.

Volver a casa, cicatriz y memoria de amor. No hace falta que Neptuno se interponga y demore la vuelta. Así es para mí todos los días.

sábado, 26 de julio de 2008

i (still) wanna be a rock star (my way…)

Ahora que he estado actuando en un par de congresos, alguien me dice que se alegra de que aumente mi popularidad.

Bueno, la mía es una popularidad de pacotilla. Quise ser una estrella del rock ‘n’ roll, pero no quise presentarme a Operación Triunfo... O “salí por fortuna y me traje bisontes”, como decía una canción de Felpudo Tos, que usé como lema con ocasión de mi quincuagésimo cumpleaños, al que invité a una numerosa tropa, en un momento en que había caído sin paracaídas en una nueva vida.

Y apenas he cultivado esa brizna de laurel. Es decir que me acuerdo de unos versos de esos que a veces me sorprendo canturreando: “refusant d’acquitter / la rançon de la gloir’ / sur mon brin de laurier / je dormais comme un loir”.

Los versos son de la canción de Georges Brassens “Les trompettes de la renommée”. No estaban, sin embargo, en el primer disco que tuve de Georges Brassens, un EP de cuatro canciones, que me regaló mi madre en los muy primeros sesenta, sin que ella pudiera ser consciente de que iba a desencadenar un profundo cambio en mi vida.

Ese EP, que aún conservo y cuya portada, reproducida en gran tamaño, colgué en una pared del comedor del Colegio Mayor Luis Vives, me traía “Chanson pour l’auvergnat”, “La prière”, “La jolie fleure” y “La mauvaise réputation”, y ahí me encontré con versos que me reconfortaron en mi soledad de adolescente más preocupado por la poesía, la literatura o la filosofía, que el fútbol, los coches y las chicas: “Au village, sans prétention, / j’ai mauvaise réputation. / Qu’je m’démène ou qu’je reste coi / je pass’ pour un je-ne-sais-quoi!”.

Pero sobre todo me descubrió que en España había cosas prohibidas: quise comprarme algún otro disco de Brassens, y la encargada de la sección de discos de la tienda de electrodomésticos Alejandro Soler me dijo, no había nadie delante, que todos sus discos estaban prohibidos en España. Y añadió, también sin alzar la voz, que, si me gustaba, ella me recomendaba a un cantante catalán, Josep Maria Espinàs, que acababa de grabar un disco con cuatro canciones de Brassens traducidas al catalán. Así empecé a saber que el régimen de Franco era una dictadura. (Luego seguí a esa dependienta iniciática de tienda en tienda, Guateque fue una de ellas, y el altillo de la librería que se abrió en calle Soledad, recayente a la plaza del Patriarca, la última, antes de que se marchara a Ibiza con el cantante de los Bodgies, pero ésa es otra historia.)

A partir de entonces comencé a labrarme una sólida mala reputación, yendo a contracorriente, a pesar de la advertencia de Brassens, en la canción en cuestión, “Mais les brav’s gens n’aiment pas que / l’on suive une autre route qu’eux” (a la que, por cierto, él hizo caso omiso toda su vida). Y persevero, que decía Lacan.

viernes, 25 de julio de 2008

inmersión cultural

Hace unos días comí “Chocos al rompope” porque al leerlo en la carta del restaurante sólo entendía la palabra “al”.

Mañana vuelvo a España, tras un tiempo trasterrado. No a mi tierra, que siempre me he sentido extranjero, pirata, y lo único que añoro es la mar, amores y amigos. Y allí también comeré lo que haya, para poder darle sentido.

jueves, 24 de julio de 2008

reivindicación de la tortuga

Los semáforos en Morelia, al menos los semáforos a los que he tenido que atender para cruzar la calle Madero o la calle Morelos estos días pasados, tienen un hombrecito luminoso que comienza a andar cuando se pone en verde, mientras en un contador van pasando los segundos que faltan para ponerse en rojo. O eso es lo que uno se espera, sobre todo al ver que el hombrecito acelera su marcha, casi se diría que con gesto asustado, al aparecer el 01.

Pero después, por sorpresa, aparecen dos rayas en los dos lugares para las cifras (como éstas: ––, pero luminosas) que duran una eternidad, mientras el hombrecito sigue corriendo como alma que lleva el diablo, o como Ulises tras la tortuga, viendo cómo el tiempo en alcanzarla se eterniza, cuando parece que ya no queda espacio alguno entre él, de los pies ligeros, y su parsimoniosa contrincante.

Yo también corrí al principio, creyendo que el tiempo se me acababa en los semáforos de Morelia, para descubrir al alcanzar la acera que mi carrera había carecido de sentido ya que los coches seguían detenidos. Pero corrí hasta que dejé de imitar al hombrecito luminoso en su carrera apresurada, supuestamente final, y decidí correr el riesgo de ir a mi ritmo.

No recuerdo lo que dice Augusto Monterroso que sucede cuando la tortuga finalmente llega a la meta, con Aquiles pisándole los talones casi desde siempre, en La oveja negra y demás fábulas, pero sí que entre la lista de “Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges”, incluidos en Movimiento perpetuo, está, y con carácter maléfico, el “deslumbrarse con la fábula de Aquiles y la Tortuga y creer que por ahí va la cosa” –y lo cito textualmente porque tengo ese libro a la mano.

Hace años, le leía una y otra vez a mi hija entonces niña el cuento de Michael Ende Tranquila tragaleguas, la tortuga cabezota, que Ende tituló Tranquilla Trampeltreu, die beharrliche Schildkröte, cosa que no me preocupé de saber entonces. Repetíamos una y otra vez, como quieren tanto los niños, que Tranquila se puso en marcha al saber que el rey de la selva había invitado a su boda a todos los animales “grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos”, y que en su camino pasaba “por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas”. Y que no le importaban las risas y las burlas de quienes le decían que nunca llegaría a tiempo, porque, como Tranquila, sabíamos que apresurarse no servía de nada ya que al llegar siempre sería la boda de algún rey, tan efímero, él y su boda, como el anterior, o el siguiente.

Pero, sobre todo cantábamos, “muy despacito y con afán / Tranquila empieza a caminar / porque le gusta tanto andar…”

viernes, 18 de julio de 2008

macallan divorciado

Pregunta el mesero al final de la cena si queremos algún licor. “¿Qué whiskey de malta tiene?” –le contestamos. En la lista que recita está el Macallan 12. “¿Cómo lo quieren?” –nos pregunta. “Solo. Y con un agua al lado”. “Ah, lo quieren divorciado.”

Pues sí, divorciado. Así conviene que acabe ese absurdo matrimonio del whiskey y el agua. Cada cosa en su sitio. Beber el wiskey por la ebriedad y el agua para el cuidado del cuerpo. Y no andar engañando con ese quiero y no puedo de una mezcla sin sentido.

domingo, 13 de julio de 2008

quevedo en mi socorro

En Vidas perpendiculares de Alvaro Enrigue, el protagonista muere, en su vida como matamonjes, apuñalado por Quevedo en una calle de Nápoles. No es de extrañar, porque en otra de sus vidas, a la que Enrigue presta especial atención, se ha enamorado de Saulo, lo que ya es delito. Enrigue deja sus difíciles relaciones en suspenso cuando éste parte camino de Damasco, no nos cuenta lo que sucede después “porque está en todos los libros”.

La novela de Enrigue la he terminado, de vuelta al hotel, tras abordar un taxi intentando eludir un calor asfixiante, y encontrarme con que el taxista le decía a una de mis acompañantes, mexicana con ascendencia india: “ustedes son de Houston, ¿no?”. A lo que ella, sin inmutarse pese a lo extemporáneo de la pregunta, ha contestado “no, somos de México y España”. Lo que ha desencadenado, seguramente porque la palabra “España” ha tapado la palabra “México” en las entendederas de nuestro taxista (que desde luego no lee a Céline), todo un discurso explicativo sobre lugares diversos de México, destinado a su interlocutora mexicana, y preguntas sobre España, incluyendo que, si costaba doce horas llegar en avión –de lo que le acabábamos de informar–, cuántas horas costaría llegar en coche.

Menos, seguro, de las que me ha parecido que duraba el trayecto hasta el hotel una vez hemos descubierto que el taxi no tenía aire acondicionado. “No he cargado el gas” –nos ha dicho–, “pero no hace mucho calor”. “Unos cuarenta grados dentro de este taxi” –he pensado yo, deseando que apareciera Quevedo con su puñal, pienso ahora, no entonces, porque en ese momento aún no había llegado hasta ese punto en la novela de Enrigue.

Pero eso no es todo, al taxi hemos entrado en busca de refugio tras haber escuchado en el Topic Study Group 11 “Research and Development in the Teaching and Learning of Algebra” del 11th International Congress of Mathematical Education, al que asisto en Monterrey, a alguien que, con total desparpajo, nos anunciaba la buena nueva de la deconstrucción del “álgebra de los pastores” (él decía “pastoral algebra”), haciendo una supuesta arqueología de la palabra álgebra por el procedimiento, según él foucaultiano, de preguntarle por la calle en Jerusalén a un palestino qué quería decir al-jabr. Su respuesta, “reunir” (a saber lo que en realidad le dijo), elevada a la categoría de lo natural frente a lo pastoral, le permitía una deriva deconstructiva, que anunciaba como mesías. Lamentablemente, no andaba Quevedo paseando por los pasillos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, apuñalando matamonjes.

Un Chablis con la cena, y un whiskey de malta convenientemente envejecido charlando en un bar con los amigos me ha hecho recuperar la confianza en el género humano, y, ya en mi habitación, para rematar la faena, Don Francisco de Quevedo y Villegas ha llegado, con otro puñal, en mi socorro: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Retiro y parsimonia que siempre he querido y, a menudo, anhelo.

viernes, 11 de julio de 2008

pelícano con ruedas, sergio algora en mi memoria

Ya no rodará quien me cantó, a mí personalmente, “y quise cambiar de vida / con la chica del segundo B / y llamé al segundo C”. (Aunque no fue ese mi caso, que cambié de vida con la chica que quise, esos versos, pegados en mi memoria, vuelven una y otra vez a dar vueltas a mi cabeza...)

sábado, 5 de julio de 2008

ohne musik wäre das leben ein irrtum

Preparo mi viaje al norte, a Monterrey, estado de Nuevo León, donde me esperan temperaturas de achicharre. Para ello, voy al peluquero a cortarme el pelo al uno, a la peluquería Self by Randall, que me han recomendado, y que se encuentra en la esquina de la avenida de la Paz con Insurgentes, Colonia de San Ángel, y me encuentro con un peluquero holandés encantador, que vivió una temporada en Alicante, quien, tras enseñarle una foto mía con el pelo que me corté para viajar a Burkina Faso y Mali hace dos veranos, me da mucha conversación (sobre la enseñanza de las matemáticas en Holanda, allí donde la palabra matemáticas no viene de la raíz griega, y para él su palabra wiskunde –me dice– no es “matemáticas”, sino las matemáticas que le enseñaban en la escuela, en las que se trataba de modelizar el mundo de la experiencia; o sobre cómo L’Oréal se está convirtiendo en un monopolio que agobia a las peluquerías) para mostrarme finalmente su trabajo diciéndome que me ha hecho un corte más cuadrado que el de la foto, “para que parezca más masculino” –dice–, qué le vamos a hacer.

Me esperan en el Bistrot Mosaico, que está al lado de la peluquería del tal Randall, para comer. Los vinos son todos españoles y, tras habernos tomado sendos Manhattan “arriba”, nos arriesgamos a beber un albariño, quizá por eso de que yo voy a comer un esmedregal con morillas (que es como llaman aquí a las colmenillas), y el esmedregal es un pescado.

Luego vamos a la librería Gandhi en Miguel Ángel de Quevedo a preparar las lecturas norteñas. Mi cosecha, recorriendo errático las pilas de libros de tan monumental librería, acaba siendo Vidas perpendiculares de Álvaro Enrigue, de quien no he leído nada, pero a quien escuché una intervención en un homenaje a Sergio Pitol en Bellas Artes, que me hizo anotar que tenía que buscar algo suyo, y ahora lo encuentro sin buscarlo; La jornada de la mona y el paciente, de Mario Bellatín, de quien no sé nada, pero me gustan las portadas troqueladas de la editorial Almadía en la que está publicado el libro en cuestión, lo que basta para que lo añada a esta cosecha guiada por Manhattan “arriba”, morillas y albariño; la Lolita de Nabokov, a la que siempre hay que volver, y por qué no en un viaje al norte; y La nieve de Johanna Schopenhauer, libro de cuya existencia y la de su autora no tenía ninguna noticia, pero al leer en la contraportada que era la madre de Schopenhauer, el único Schopenhauer que yo conocía, bendije de nuevo a la editorial Periférica por su Biblioteca Portátil, de la que éste es el volumen decimocuarto. También he comprado, aunque no como lectura norteña, Luz de intemperie. Antología personal, de Jenaro Talens, porque no tenía noticia de este libro de su selva de publicaciones, e irá a instalarse en el estante que le tengo dedicado en mi casa, cuando vuelva a Valencia.

Recibo un SMS de Amparo, que se ha ido, al otro lado del Atlántico, a una despedida de soltera, con boys incluidos, de una libanesa afincada en Valencia: “¡El boy es un señor casado y con dos hijos!”. “La vida es muy dura…”, le contesto.

En el metro, subiendo por la línea 2 desde Tasqueña, me coloco los auriculares del iPod, y vuelo... La reproducción aleatoria me lleva por “At last” cantada por Etta James; “Señora del mar”, por Juan Perro (“Hoja tras hoja se lleva el viento / de un libro que no podré acabar”); “You are too beautiful”, por Johnny Hartman con John Coltrane; “Show and tell”, por Al Wilson; “Lonely, lonely man, I am”, por The Temptations; “Candy”, por Dr. John; “Adán”, por Enrique Morente; “Meant to be”, por Gabriela Anders; “Viejos amigos”, por José Alfredo Jiménez… Me paso de la estación “General Anaya”, que es la mía, y tengo que volver a hacer el trayecto en sentido contrario. “Ohne Musik wäre das Leben ein Irrtum”, “Sin música la vida sería un error”, o un errar, que decía el tal Nietsche en Götzen-Dämmerung, El crepúsculo de los ídolos.