domingo, 13 de julio de 2008

quevedo en mi socorro

En Vidas perpendiculares de Alvaro Enrigue, el protagonista muere, en su vida como matamonjes, apuñalado por Quevedo en una calle de Nápoles. No es de extrañar, porque en otra de sus vidas, a la que Enrigue presta especial atención, se ha enamorado de Saulo, lo que ya es delito. Enrigue deja sus difíciles relaciones en suspenso cuando éste parte camino de Damasco, no nos cuenta lo que sucede después “porque está en todos los libros”.

La novela de Enrigue la he terminado, de vuelta al hotel, tras abordar un taxi intentando eludir un calor asfixiante, y encontrarme con que el taxista le decía a una de mis acompañantes, mexicana con ascendencia india: “ustedes son de Houston, ¿no?”. A lo que ella, sin inmutarse pese a lo extemporáneo de la pregunta, ha contestado “no, somos de México y España”. Lo que ha desencadenado, seguramente porque la palabra “España” ha tapado la palabra “México” en las entendederas de nuestro taxista (que desde luego no lee a Céline), todo un discurso explicativo sobre lugares diversos de México, destinado a su interlocutora mexicana, y preguntas sobre España, incluyendo que, si costaba doce horas llegar en avión –de lo que le acabábamos de informar–, cuántas horas costaría llegar en coche.

Menos, seguro, de las que me ha parecido que duraba el trayecto hasta el hotel una vez hemos descubierto que el taxi no tenía aire acondicionado. “No he cargado el gas” –nos ha dicho–, “pero no hace mucho calor”. “Unos cuarenta grados dentro de este taxi” –he pensado yo, deseando que apareciera Quevedo con su puñal, pienso ahora, no entonces, porque en ese momento aún no había llegado hasta ese punto en la novela de Enrigue.

Pero eso no es todo, al taxi hemos entrado en busca de refugio tras haber escuchado en el Topic Study Group 11 “Research and Development in the Teaching and Learning of Algebra” del 11th International Congress of Mathematical Education, al que asisto en Monterrey, a alguien que, con total desparpajo, nos anunciaba la buena nueva de la deconstrucción del “álgebra de los pastores” (él decía “pastoral algebra”), haciendo una supuesta arqueología de la palabra álgebra por el procedimiento, según él foucaultiano, de preguntarle por la calle en Jerusalén a un palestino qué quería decir al-jabr. Su respuesta, “reunir” (a saber lo que en realidad le dijo), elevada a la categoría de lo natural frente a lo pastoral, le permitía una deriva deconstructiva, que anunciaba como mesías. Lamentablemente, no andaba Quevedo paseando por los pasillos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, apuñalando matamonjes.

Un Chablis con la cena, y un whiskey de malta convenientemente envejecido charlando en un bar con los amigos me ha hecho recuperar la confianza en el género humano, y, ya en mi habitación, para rematar la faena, Don Francisco de Quevedo y Villegas ha llegado, con otro puñal, en mi socorro: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Retiro y parsimonia que siempre he querido y, a menudo, anhelo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

!Que necesitados estamos de matamonjes¡ !Más matamonjes y menos poetas¡